Mortalidad:
Las tasas específicas de mortalidad calculan las defunciones según enfermedad, subgrupos de población (edad, sexo, etnia, ocupación), etc. La tasa de mortalidad específica por edad expresa el número de muertes de una edad determinada por cada 1.000 personas de la población de esa misma edad. A partir de esta tasa, se elaboran las tablas de vida y los indicadores que se derivan de ellas, como la esperanza de vida al nacer. Éstos proporcionan una información más sofisticada de la mortalidad, que es ampliamente usada en los modelos de población.
Morbilidad:
Este término describe la cantidad de enfermedad que experimenta una población. Los dos principales indicadores de morbilidad son la incidencia y la prevalencia. La incidencia refleja los cambios al medir la aparición y la velocidad de expansión de una enfermedad en una población. Se mide utilizando la tasa de incidencia, que se define como el número de casos nuevos de una enfermedad específica, diagnosticados o notificados en un período definido, dividido entre el número de personas de una población determinada en la cual surgieron dichos casos. Por lo general se expresa en términos de casos por 1.000 o por 100.000 habitantes por año. Esta tasa puede ser específica según edad, sexo o cualquier otra subdivisión de la población.
La prevalencia mide la magnitud del problema y se calcula a través de la tasa de prevalencia, que expresa el número total de personas enfermas, tanto casos nuevos como antiguos, en una población específica en un momento determinado (prevalencia puntual), o en el curso de un intervalo de tiempo (prevalencia de período). La tasa de prevalencia es utilizada habitualmente para enfermedades crónicas, a fin de estimar qué parte de la población está afectada. A su vez, la tasa de incidencia permite, por ejemplo, evaluar el impacto que tiene un nuevo programa de lucha contra una determinada enfermedad al indicar cómo ha variado el número de casos nuevos después de la aplicación del programa.
En este sentido, un importante debate relacionado con el descenso general en la morbilidad y la mortalidad en el mundo se centra en el papel que, para tales logros, tiene la medicina en contraste con la contribución de las mejoras generales de las condiciones de vida. Las mejoras en la salud pública, la prevención, las técnicas de diagnóstico y cirugía, la investigación y la aparición de nuevos medicamentos y vacunas, han sido sin duda de valor sustancial, probablemente más importantes para los países en vías de desarrollo en las últimas décadas que para Europa en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. No obstante, se ha reconocido que la mejora general de las condiciones de vida –mejoras en la calidad y cantidad de alimento, en las condiciones de saneamiento, y de higiene y vivienda y el acceso al agua potable y a la educación– ha sido tan importante o más que los avances en la atención médica. El acceso a estas necesidades básicas es reconocido como un factor determinante para mejorar la condición de salud, a su vez que la pobreza es reconocida como el mayor obstáculo para conseguir estas mejoras.